domingo, 21 de marzo de 2010

Basado en miles de hechos reales

En ese momento Julián tenía trece años. Habían días que jugaba a tener unos más.
Su papá, Carlos, ocupó la mayor parte de su niñez inculcándole sus (sí, sus) gustos por la comida, música, modales, el vocabulario y sus buenas (y no tan buenas) costumbres.
Él no sabía que Julián, a pesar de ser un chico inteligente, se esforzaba para impresionarlo.
Y el tiempo en el que su papá estaba trabajando, que era demasiado, él lo ocupaba creando y componiendo cosas increíblemente artísticas.
Como Carlos estudió abogacía, él iba a estudiar abogacía. Como Carlos jugaba al ajedrez, él quería jugar al ajedrez. Como Carlos siempre fue un alumno ejemplar, él se rompía la cabeza para el diez.
Tenía una excesiva necesidad inconsciente de agasajar a su papá, aunque éste a veces ni lo notara. Debe ser como en toda familia, que siempre se toma a los padres como ejemplo. O debe ser como en “la vida”, que siempre se toma a las autoridades como ejemplo. (O al menos hasta que tenés un poco de uso de razón y una conciencia bastante virgen).
Hace unos años, Julián miraba ese programa que le había recomendado su papá, sin saber que él siquiera sabía de qué se trataba, que jamás terminó su carrera de abogado (por eso es que trabajaba como empleado en una almacén por el barrio de Flores, -trabajo que de todas formas Julián admiraba plenamente-), que en su infancia pudo ganar ni una sola vez un partido de ajedrez y que la secundaria la terminó casi de milagro.
Pero a Julián no le importaba, nunca le importaba. Porque las palabras de Carlos, para él, eran casi religiosas.
Hace apenas segundos y con diecisiete años, Julián acaba de darse cuenta de que su papá, vaya a saberse desde hace cuánto tiempo, se contenta con otra mujer que no es precisamente la que lo tuvo en la panza durante nueve meses. Todos sus pensamientos e ilusiones caen y mueren rápidamente como si estuvieran rompiéndose en el mismo instante en el que lo vio besarse en aquel bar con esa mujer.
¿Y soy yo el que quiere terminar siendo esto? Estoy segura de que él pensaba eso. Sus gestos, su mirada, sus facciones… lo decían todo. Así como también estoy segura de que ya no van a ser los sueños frustrados de Carlos, sino él: el que decida qué pensar y para dónde ir.
Me quedé pensando. A veces idealizamos tanto lo poco o mucho que tenemos, que nos perdemos en los demás para encontrar ese algo inexistente que tenga que ver con nosotros. Entonces le escribí un papel que minutos más tarde dejé bajo su puerta: “No te preocupes Julián. No siempre se es lo que se mama”.

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