jueves, 4 de marzo de 2010

De sinónimos y conclusiones

Es como la satisfacción de ser y hacer feliz. Y, sabiendo que a la larga o a la corta (más bien esperemos que a la corta) te van a llegar por un casi efecto telepático subnormal al que aliaremos como flash, las palabras justas para decir lo que se siente y que ya no sea tan penetrante, te invade el deseo de poder respirar sin ese nudo en la garganta.
Agarra la campera, salí a la calle y camina. No hay nada mejor que el viento de invierno golpeándote la cara, casi como exigiéndole a tus músculos una sonrisa.
Aunque la vida nos ligue siempre a personas a las que no podemos impresionar fácilmente (como una especie de prueba o meta que nos proponemos inconscientemente), podríamos ser prácticos y buscarnos a alguien que tenga que sorprendernos a nosotros, ¿no? Esa persona que deba esforzarse para ganarse unos cinco minutos de tu atención. Y, cuando notes que lo haga, vas a obtener esa felicidad. Esa felicidad que no viene más que de adentro y recorre tu cuerpo hasta aliviar por completo ese peso de tu espalda. Porque alguien quiso quererte, quiso que lo quieras. Y así se va construyendo el amor.
Al final, poniéndolo en palabras simples y concretas: no es tan difícil aliviar el dolor.
Es una propuesta casi inconclusa que pocos se animan a sentir, quizá por la simple razón de que a veces es necesario el dolor. Sin dolor, no existiría la felicidad. Y los dos, por igual, son en gran parte una decisión. Existen las personas que se dejan estar (en este caso un gran sinónimo de caer) y las que cruzan la barrera de la libertad (en este caso, un gran sinónimo… de felicidad).

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